martes, 21 de enero de 2014

CUANDO ANDÁBAMOS DESCALZOS.

"La verdadera patria del hombre es la infancia" 

Rainer Maria Rilke 


Los amigos de la infancia son amigos para siempre. Los recuerdos de la infancia perduran en el tiempo a través de la amistad y la complicidad. Alfons Luna es uno de mis grandes amigos de la infancia. Alfons es un reconocido periodista de la agencia France-Presse y en los últimos años ha vivido y trabajado en distintas ciudades del mundo: París, Montevideo y, en la actualidad, Londres. Además, Luna, fue uno de los periodistas internacionales que más tiempo pasó en el conflicto de Afganistán. Allí conoció a su esposa, la periodista nosteamericana Nina, con quien tiene dos simpatiquísimos y multilingües hijos, Ana y el pequeño Alfonso. Con Alfons mantengo un contacto permanente a través de las redes sociales y en sus descansos veraniegos en Calafell. Con él siempre hay algo que recordar y unas risas reparadoras. Hace unos días le pedí que escribiera unas líneas, para mi blog, sobre el Calafell de nuestra infancia porque sabía que su memoria atenta a los detalles y su hábil pluma nos darían un texto magistral.




El responsable de este blog me ha pedido que hable un poco de mi relación con Calafell. Tengo que empezar diciendo que él es parte de muchos de mis recuerdos sobre el pueblo. Me une una vieja amistad con Sergi, casi tan vieja como nosotros. Le recuerdo a mi lado, por ejemplo, mientras mi madre me daba la comida sentado en una trona y se lo poníamos difícil jugando con un helicóptero. Si la patria de un hombre es la infancia, el escenario de la mía fue Calafell, un paisaje al que me atan muchas figuras, como la de Sergi y muchos otros amigos.

La Barcelona de mi infancia era desangelada. Una ciudad todavía industrial con mucho hormigón y pocos parques que esperaba la redención estética de los Juegos (y las hordas de turistas). A mí, lo que me gustaba era Calafell y el verano, su playa interminable, campo de sueños futbolísticos, los vagabundeos interminables, ayudar a subir las barcas a la arena, acompañar a mi madre a la barca del Monis a comprar los lenguados que acababa de sacar del mar muy pronto de mañana, ir a buscar a mi padre a la hora del aperitivo para que me diera un par de "pelaies" [pescaditos] y un duro para los futbolines, los helados, la sardinada, ir descalzo... Como cualquiera que tenga más de 40 años recordará, la corriente pedagógica imperante en la época era "deja de joder en casa y vete a la calle a jugar": toda una invitación a la aventura que nuestros padres no cursaban en Barcelona pero sí en Calafell. Y los veranos eran eso, muchas aventuras. Las mías, y las que mis amigos calafellenses habían vivido en invierno, material para las narraciones más divertidas. El pueblo vivía para el relato. Las cosas pasaban y luego cobraban vida de nuevo en los bares, en los grupos de chavales, en los coros de señoras sentadas "a la fresca". Calafell era una narración y, como todos los pueblos, podría ser una gran novela o película.


El pueblo de los años 70 era un lugar muy consciente de ser pueblo. La mayoría de los vecinos eran de familias cuya presencia en el pueblo se perdía en el tiempo y los nombres eran la combinación de unos pocos apellidos. Y luego, llegado el día de Sant Joan, aparecíamos "los veraneantes", con sus niños listos para ayudar a construir las hogueras de la verbena. Para facilitar las cosas y poder desarrollar un buen odio cordial con los lugareños -y muchas amistades duraderas-, los veraneantes éramos pocos y nos quedábamos mucho tiempo.

El pueblo cambió, pasó una crisis de identidad que mi (mala) memoria sitúa en los 90 y los primeros años del nuevo siglo, cuando no podía seguir el ritmo que le imponía el crecimiento de la población. Hoy parece de nuevo en paz consigo mismo, más unido que nunca a Barcelona (sólo hace falta un paseo por delante de la estación para darse cuenta). Y para mí sigue siendo un buen lugar de veraneo al que ahora voy con mis hijos, que ya no me piden duros para los futbolines sino euros para los almacenes chinos. Son otros tiempos, supongo que tan buenos para ellos como lo fueron para mí.

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