Nadie valoró que Guardiola es hijo de un paleta (en catalán, al albañil le decimos paleta en ejemplo prodigioso de metonimia popular). Valentín, su padre, le ha transmitido valores antiguos, de los padres que no tenían dinero ni propiedades, sino principios y dignidad. Como dice su amigo, el escritor David Trueba, "para Pep, la mayor recompensa de su tarea como entrenador tiene que ver con su padre. Desde que empezó a entrenar en 3ª, su padre sigue los partidos y eso le mantiene ocupado, atento, en guardia, feliz. Su hijo piensa que le ha regalado años de vida."
Siempre admiré (o mejor, observé con pasión) a Guardiola. Más allá del hecho casual de que ambos naciéramos un 17 de enero, observé con atención su entusiasmo, su ilusión, su dedicación obsesiva al trabajo, su rapidez mental o su empeño en perseguir la felicidad del aficionado, porque -como él bien dice- "lo mejor de este oficio es que gente que tiene problemas mucho más serios que el fútbol, que vive la crisis de manera brutal o se enfrenta a dramas particulares, por un rato vibran, olvidan, celebran, gracias a este juego."
El Barça B de Guardiola ganó la Liga y ascendió a Segunda División B. El resto de la historia es de sobras conocida.